Reflexiones acerca de la
intelectualidad anarquista: Sobre la presentación del libro Hacia un Pueblo
Fuerte de Felipe Correa
1) Como decían nuestros
queridos Sin Dios … La Facultad, crítica muerta …
Según Antonio Bar en La CNT en
los años rojos, los orígenes del sindicalismo revolucionario español
(que diferencia de la fase anarcosindicalista posterior) estuvieron
caracterizados por cierta desconfianza respecto a los intelectuales: hasta que
no se crea el Sindicato de Obreros Intelectuales y Profesiones Liberales estaba
vetada, de hecho, su afiliación. Se les consideraba poco menos que sospechosos
de desviación ideológica pequeño burguesa. Se admitía, entonces, su
colaboración desde fuera de los sindicatos siempre que a un ideal individual
de encumbramiento sustituyan el de emancipación colectiva. Que no se me
malinterprete: quien escribe esto, por suerte o por desgracia, al igual que el
compañero que hizo, el 12 de junio de 2020, la presentación de su libro, ha
sido sometido al intento de tamizado mental de la engrasada maquinaria
académica burguesa.
Solo que uno se sorprende a veces
de como su lenguaje y categorías analíticas abstractas han llegado a colonizar
el anarquismo y los movimientos sociales ¿a qué me refiero? A mi modo de verlo
este acostumbra a mostrarse como una incapacidad manifiesta de descender a lo
concreto perdiéndose en vaguedades teóricas que solo parecen descifrables en el
contexto de las instituciones de las que provienen. Cierto estilo académico
acostumbra a caracterizarse por la ausencia de ejemplos, expresados en el
lenguaje de sus protagonistas, y su incapacidad por conectarlos con las
categorías usadas a fin de hacerlas más comprensibles para los protagonistas de
las luchas. Los abordajes teóricos del anarquismo especifista acostumbran a
pecar de ello lo que pone en evidencia, a mi entender, la férrea división del
trabajo existente en esta corriente: de forma similar al bolchevismo existe una
visión acrítica del papel de la intelectualidad (a diferencia del sindicalismo
revolucionario) como vanguardia esclarecedora de las masas.
2) El libro en cuestión
En cierto sentido, lo
anteriormente dicho, se refleja en Hacia un pueblo fuerte de Felipe
Correa. Expresiones que ahora puedo rescatar como las estructuras sistémicas
de los distintos tipos de dominación constituyen el sistema de dominación o
protagonismo popular de las clases dominadas son auténticas
perogrulladas (verdades evidentes) y tautologías (repeticiones innecesarias)
que no aportan mayor información y cuyo objetivo parece ser buscar el
asentimiento fácil del lector sin entrar en temas que puedan ser realmente
espinosos. Esto es más evidente cuando se aterriza de lleno en la problemática
cuestión del sujeto revolucionario, aquí Correa afirma que:
En la concepción anarquista del
poder popular no se da preferencia a una clase o sector de clase (…) pues los
anarquistas, a pesar de reconocer que el contexto económico es absolutamente
central, consideran que este no determina todos los demás ámbitos de la
sociedad y, por lo tanto, un proyecto de poder popular debe tener en cuenta,
además del ámbito económico, los ámbitos jurídico-político-militar e
ideológico-cultural.
Analicemos este párrafo con
detalle: el contexto económico puede que no determine pero si condiciona, es más, constituye, en una economía capitalista, el principal condicionante social lo que justifica sobradamente dar preferencia a la clase trabajadora (eso sí, manejando un concepto amplio de ella que incluya a los asalariados de la economía formal y a la creciente pobreza urbana caracterizada por la heterogeneidad en sus formas de vida). Entonces, tener en cuenta los
otros ámbitos que expone al final no es óbice para defender esta preferencia.
Pero es que la oscuridad conceptual de este párrafo puede llevarnos fácilmente
a la sospecha: si en las conceptualizaciones de estos anarquistas el hecho de
que no se da preferencia a una clase guarda relación con tener en
cuenta los ámbitos jurídico-político-militar e ideológico-cultural…
¿Significa esto que hay que buscar, junto
al proletariado, la construcción de un sujeto revolucionario que
incluya, por ejemplo, fiscales, políticos profesionales y oficiales del
Ejército? (esto es lo que se puede desprender de considerar el ámbito
jurídico-político-militar como esfera autónoma del ámbito económico:
incluir, en consecuencia, a los sectores beneficiados por la autonomía
relativa del Estado que decía el marxista Poulantzas). Este asunto es
espinoso: se podría responder, por ejemplo, que la CNT y la FAI también
contaron con la colaboración de algunos de estos en organismos revolucionarios
creados durante la Revolución y la resistencia al Alzamiento fascista pero, en
todo caso, colaborar no es idéntico a considerarlos un sujeto revolucionario al
mismo nivel de la clase obrera (el jurista Eduardo Barriobero se puso a
disposición de los anarcosindicalistas en la Oficina Jurídica al igual
que los pocos militares republicanos en Barcelona).
Por otra parte, respecto al ámbito
ideológico-cultural en el punto 4 de este artículo se explica el
significado que intuyo en el texto de Felipe Correa. En relación a esto también
hay que señalar una constante en la mayoría de textos del especifismo
anarquista y este no es una excepción: la ausencia de un análisis del papel de
las clases medias, y la política a adoptar respecto a estas, en todo proceso
revolucionario. ¿Se debe moderar el discurso a fin de incorporarlas y no correr
el riesgo de que graviten hacia la reacción o se debe defender el programa
revolucionario de la clase obrera entendiendo que esta se basta con sus fuerzas
para forzar la incorporación subordinada de los sectores medios? Para nosotros,
en Catalunya, esta pregunta es de lo más pertinente debido al viraje social, protagonizado por el pequeño empresariado y sectores de la aristocracia obrera
intelectual, hacia las propuestas independentistas de un sector emergente de la
burguesía catalana.
Para finalizar este punto, me
gustaría destacar la confusión que acostumbra a darse en el especifismo
latinoamericano, y la obra de Correa no es una excepción, entre los
planteamientos históricos del anarcosindicalismo español de la Confederación
Nacional del Trabajo (CNT) y el movimiento obrero anarquista de la
Federación Obrera Regional Argentina (FORA) del Vº Congreso. Fundamentalmente,
la diferencia radicaba en que, en la primera, a partir de su Congreso de 1919,
se reconoce la finalidad anarquista de la organización si bien está abierta al
conjunto de la clase trabajadora, mientras que en la segunda la presencia
ideológica del anarquismo (concretamente el de raíz más individualista y
humanista) es mayor y se niegan las teorías del sindicalismo revolucionario por
ser, según esta visión, de influencia marxista y contrarias al anarquismo. Así
debe quedar claro que la doctrina de la FORA-Vº Congreso no era propiamente
anarcosindicalismo y que, por tanto, no puede argumentarse el rechazo de este
último, en cuanto a estrategia, en base al doctrinarismo histórico de esta
organización libertaria argentina.
Por otra parte y volviendo a la
terminología del libro, hay que entender que expresiones como estrategia política de construcción de un proyecto libertario de masas son más bien
ajenas al lenguaje tradicionalmente utilizado por el anarcosindicalismo, no
demasiado amigo de florituras que tras un sonido rimbombante esconden la
clásica visión vertical de lo social supeditado a lo político. Como nos
recordaba cierto cartel confederal: La CNT no es una organización de masas
sino de trabajadores confederados. Por otra parte, es posible que, en
Latinoamérica, donde el anarcosindicalismo empezó a perder fuelle antes que en
España, no se conciba, por parte del anarquismo especifista, la relación entre
intelectuales y movimiento obrero como eminentemente problemática, cuando aquí
nos encontramos bien viva la sana desconfianza respecto a los primeros presente
en el alma sindicalista revolucionaria del anarcosindicalismo.
Antonio Bar nos recuerda como esa
desconfianza fue perdiéndose, en parte, a raíz de la fusión anarcosindicalista
que representó, en buena parte aunque no solo, la toma de conciencia por parte
de los intelectuales anarquistas de la necesidad de militar en los sindicatos a
fin de no aislarse de los trabajadores. Esta idea, que daría lugar
posteriormente a la expresión de trabazón como defensa de la
colaboración estrecha entre los grupos anarquistas y el sindicato, difiere de
la rígida separación en los niveles político y social que promueven los
especifistas, aunque lleguen a defender también un nivel intermedio calificado
como tendencia y que consiste en agrupar a los anarquistas y afines como
corriente interna dentro de movimientos sociales más amplios. Un rígido esquema
que lo único que significa, en la práctica, es la obsesión por enchufar o
captar a ciertos militantes libertarios o sociales artificialmente creando una
imagen irreal de que se es algo en lugar de priorizar la propaganda por el
hecho, es decir, la extensión de las ideas anarquistas en base a la
práctica concreta.
La vieja idea de la trabazón
(como noción que promovía un anarquismo insurreccional que aun así no dejaba de
estar al servicio de la lucha obrera) difiere también de la desvinculación
patente que existe hoy en día, y de forma recíproca, entre ciertas expresiones
anarcosindicalistas y anarquistas: debido a que, por una parte, se sostiene a
veces una visión excesivamente sindicalista pura del anarcosindicato
(obviando que se trata, si usamos con las debidas reservas el lenguaje de los
especifistas, de una organización político-sindical más que exclusivamente
sindical) y a que, por la otra, se ha asumido por ciertas corrientes del
anarquismo discursos postmodernos referentes a la desaparición de la clase
obrera o, como mínimo, de su potencial revolucionario: y considero que, a
menudo, no se es suficientemente consciente que estas concepciones provienen,
en buena parte, de la colonización que los valores de clase media han realizado
entre los mismos trabajadores y los sectores precarizados de esta.
4) Intelectuales, trabajadores
y poder popular
Unos mismos valores que considero
que, en el caso del especifismo latinoamericano que sirve de referente a
algunas expresiones libertarias ibéricas, no dejan de representar cierto encumbramiento
de la intelectualidad académica por percibirla como la única capaz (a través de
sus categorías creadoras de un determinado sentido) de cohesionar unos sectores
populares cuya heterogeneidad de clase no deja de guardar relación con el
fallido proceso histórico de industrialización y las privatizaciones. De ahí el
uso de algunas categorías como Poder Popular, o incluso Ruptura
Democrática en sus expresiones más pacatas, que aseguran conceptualmente la
ausencia de tensiones entre los trabajadores cada vez más precarios y los pocos
que consiguen pasar los filtros de clase de unas instituciones universitarias
cada vez más elitistas: recordar que en algunos países como Uruguay, por
ejemplo, si bien se da la gratuidad de las matrículas universitarias, no
existen becas para mantenerse lo que hace prácticamente imposible permanecer en
un sistema que exige la evaluación continuada.
El aterrizaje en Catalunya de las
nociones de Poder Popular defendidas por Felipe Correa, aparte de significar la continuación del intento de implantar unas categorías que chocan
con la pervivencia del obrerismo anarcosindicalista y su desconfianza innata
hacia las vaguedades de un populismo de corte intelectual, representan también
el intento ciertamente desesperado de algunos sectores de la intelectualidad
académica para que no se profundice la brecha entre ella y los sectores
explotados de la sociedad. Intento paradójico, por cuanto, por otra parte, se
sigue teniendo una concepción rígida de lo político y lo social absolutamente
compartimentada y dividida en tareas especializadas. Y esto no puede más que
generar las mismas desconfianzas y susceptibilidades respecto a los luchadores
sociales honestos que produce cualquier otro grupúsculo revolucionario con
pretensiones.
5) Concluyendo …
Así que ante disfraces
conceptuales que para lo único que sirven es para seguir reproduciendo (eso si,
en una versión más izquierdista) un sesgo de clase que, hoy en día, se traduce
cada vez más en la esfera del conocimiento (como nos recordaba, aunque suene
paradójico, el científico social chileno Rodrigo Larraín respecto la progresiva
cretinización de los mejor educados) solo queda recuperar el discurso y
la práctica del anarquismo obrero y el sindicalismo revolucionario: recuperando
la propaganda por el hecho en las movilizaciones sociales a fin de
extender el pensamiento libertario y realizando un esfuerzo por hacerse
entender más allá de los círculos de militantes anarquistas.
Alma apátrida
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