1) Sonatrach: símbolo de la
soberanía nacional argelina
Hace ya unos dos meses que salía
la noticia que el presidente argelino Abdelmajid Tebboune, quien ocupa el cargo
tras unas elecciones (12 de diciembre de 2019) boicoteadas por el movimiento
popular (hirak) y en las que hubo la participación más baja de la historia
del país, anunciaba un recorte en el 30% del gasto público por lo que se temía
que (a pesar del confinamiento decretado por la crisis del coronavirus y las
promesas que las medidas de austeridad no afectarían a las subvenciones a los
productos básicos ni a los salarios de los empleados públicos) la sociedad
argelina volviera a echarse a la calle. El análisis que hacía el presidente se
relacionaba con una crisis estructural del país por su excesiva dependencia de
las rentas petroleras y anunciaba el recorte a la mitad de los gastos de
explotación y los costes de inversión de la petrolera estatal Sonatrach.
Esta emblemática compañía ha
representado históricamente el buque insignia de la “soberanía nacional”
argelina. Consecuentemente, la participación de Argelia en la Organización de
Países Exportadores de Petróleo (OPEP) representó, en su momento, un desafío al
neocolonialismo (al llegar a tener esta, en cierta época, un monopolio en la
fijación de precios) pero hoy en día, después que se rompiera la solidaridad
interna de la organización y los países del Golfo reventaran los precios, este
papel asignado ha entrado en una crisis profunda. Aurèlia Mañé, profesora de
Política Económica de la Universidad de Barcelona, nos explica como la
propiedad estatal de los hidrocarburos constituye una condición necesaria, pero
no suficiente, a la hora de legitimar el sistema de dominación política en el
país.
La élite política y militar
dirigente debía dar respuesta a dos aspiraciones colectivas: la independencia y
el desarrollo económico (que habría de crear, supuestamente, las condiciones
materiales para el bienestar social de la población). Así en 1971 se produce la
nacionalización de los hidrocarburos por el presidente Bumedián, según Mañé el
único líder de la historia de Argelia que ha sido capaz de articular un
discurso económico coherente con su actuación. Se consolida, entonces, un
proceso en el cual el Estado se autonomiza de la población (al controlar la
principal fuente de ingresos del país que tampoco precisa de una gran cantidad
de trabajadores) lo que le lleva a cierta arbitrariedad en sus decisiones
acerca de lo que gasta y en que lo gasta.
2) El petroestado venezolano y
la lucha por el destino de la renta petrolera
Se trata, esta, de una
característica definitoria de los petroestados de la periferia del
sistema-mundo. Así, por ejemplo, en Venezuela, a partir de 1958 (coincidiendo
con la llegada de la democracia representativa por el golpe cívico-militar
contra el dictador Pérez Jiménez) se da un vuelco de timón y la renta petrolera
ya no será distribuida con tanto énfasis en los sectores populares, sino que
irá orientada a la creación de industrias nacionales que reduzcan los niveles
de las importaciones y las exportaciones petroleras. Es decir, se pasa del
populismo militarista perezjimenista (mezcla de fascismo y keynesianismo) a un
nuevo proyecto nacional basado en una actualización de la noción de “siembra
petrolera” de Arturo Uslar Pietri que no dejaba de rezumar cierto elitismo al
considerar a los sectores populares indignos de recibir los beneficios del
petróleo.
Es decir, se produce una sorda
lucha entre el pueblo llano y la burguesía nacional por recibir el favor de un Estado venezolano que distribuía los beneficios de la renta de los hidrocarburos. Pero la “siembra petrolera” fue un fiasco y se tradujo en una política de industrialización compulsiva que no se basaba en un cálculo racional de lo que se debía importar y lo que se debía producir en el país sino a la satisfacción de ciertos intereses particulares. La llamada Industrialización
por substitución de importaciones (I.S.I.) teorizada y ensayada en
Latinoamérica, y que pretendía reducir la dependencia económica de estos países
respecto al mundo desarrollado, no pudo superar las dificultades estructurales
como la creciente disparidad en los respectivos niveles de productividad,
debido a las grandes diferencias de partida en cuanto a desarrollo tecnológico
y baja capacidad de consumo de la población. Esto último indica la
contradicción en la que se cae con la idea de “siembra petrolera”: de poco
sirve producir en el país si la gente no tiene capacidad para consumir lo que
se produce.
Al fin y al cabo, estos modelos
no dejaban de representar la idea ingenua de que se podían cambiar las cosas en
el marco del mismo sistema capitalista. En la práctica, los países desarrollados
iban a bloquear cualquier intento de industrialización de la periferia
orientada a crear un mercado interno. El recuerdo de la “Guerra Grande” o
“Guerra de la Triple Alianza” (1864-1870) donde Brasil, Argentina y Uruguay
(actuando de intermediadores de la zarpa imperialista británica) arremetieron
contra Paraguay, que estaba iniciando su propio modelo industrializador, es un
recuerdo sangrante en la región: había que mantener a toda costa la relación
centro-periferia donde la segunda se mantenía como un mercado cautivo de la
primera. En relación a esto, el Ministerio de Energía y Petróleo venezolano
afirmó la prioridad de la “distribución popular” de la renta petrolera, dando
cierta marcha atrás a las ideas elitistas y clasistas de Uslar Pietri, pero
esto trajo como consecuencia el reforzamiento de la dependencia del país
respecto al petróleo y su hundimiento al caer su precio en el mercado
internacional.
La disyuntiva se encuentra
entonces entre potenciar un proceso industrializador que nace herido de muerte
por las dificultades estructurales en que se encuentra su desarrollo, lo que
puede significar un despilfarro de recursos, o la distribución de la renta
directamente al pueblo en forma de redes clientelares que a la larga refuerzan
su dependencia y vulnerabilidad frente al Estado, si bien parecen solucionar en
un primer momento sus carencias más acuciantes: así, en el contexto de la
inexistencia de un proyecto de desarrollo a largo plazo es “pan para hoy y
hambre para mañana”. Por mucho que dicho Ministerio afirme que la
distribución popular es la dimensión revolucionaria de la política
petrolera solo representa una orientación “socialdemócrata” de “paños
calientes” ante la enfermedad del capitalismo (que en el contexto de
subdesarrollo se constituye en un populismo clientelar donde el Estado se
hibrida con el movimiento político).
3) La “industrialización
fantasma” argelina y el “Proceso de Barcelona”
En el caso de Argelia, el
desarrollo industrial guiado por el Estado se convirtió en el símbolo de la
Argelia independiente a fin de construir las bases materiales del socialismo.
En la práctica, su funcionamiento era deficiente, pero esto no impedía que las empresas
socialistas jugaran un papel sociopolítico relevante: seguían remunerando a
los trabajadores y distribuían como intermediarias los bienes adquiridos en el
exterior. Así a pesar de que se construyó, en su momento, un complejo para la
fabricación de antibióticos, Argelia importa, a día de hoy, el 85% de los
medicamentos que consume, debido a su incorrecto funcionamiento. Este sistema
paradójico constituyó la base material del pacto social hasta que Chadid
Benyedid fue elegido presidente en 1979, un año después de la muerte de
Bumedián. Su política representó un giro de 180 grados, al implementar una
política antiindustrialista que rompió las bases del sistema y estableció un
discurso basado en la “eficiencia económica” y una política de autoritarismo
militar.
La ensoñación de una Argelia
socialista, portaestandarte de la lucha contra el colonialismo, que había encandilado a una izquierda europea que gustaba de exaltarse con estos imaginarios “revolucionarios” foráneos mientras en casa defendía una política socialdemócrata, empezaba a quebrarse. A esto se añadió que, a partir de 1986, los precios del crudo empezaron a disminuir substancialmente y Argelia vio decrecer sus ingresos drásticamente dando lugar a la primera revuelta popular en 1988. En la actualidad Argelia es cada vez más dependiente de la exportación de hidrocarburos, pero esto ya no le aporta la legitimación política de la época de Bumedián, como ha evidenciado el surgimiento de las protestas masivas del hirak, pues las bases ideológicas del régimen (socialismo y lucha
anticolonial) están deterioradas a ojos de la población.
Así, Sonatrach contempla,
actualmente, la participación de operadores transnacionales en la extracción de
gas manteniéndose como operador mayoritario. De la misma manera, en Venezuela
se implementaron las empresas mixtas para la extracción de petróleo (después de
un primer intento fallido de introducirlas en el nuevo texto constitucional de
2007) que, según Rafael Uzcátegui, anarquista y sociólogo venezolano,
significaba una vuelta de tuerca más en un proceso que ya venía de la
Constitución Bolivariana de 1999 donde, en su artículo 301, revertía la
nacionalización petrolera de 1974 de Carlos Andrés Pérez. Así, el movimiento
bolivariano (bajo una retórica patriótica y ultraizquierdista) parecía situarse
a la derecha de un socialdemócrata que (antes de convertirse en un sangriento
represor durante la revuelta popular del “Caracazo” en 1989) había llegado a
apoyar a los guerrilleros sandinistas nicaragüenses amenazando al Dictador
Somoza con una intervención en su ayuda.
En Argelia, existe en la
actualidad la propuesta de ir más allá y eliminar la condición que los
operadores transnacionales operen con Sonatrach. Si se aprueba esta propuesta
será la puñalada definitiva al sueño de una Argelia soberana. Este proceso
político, donde la yema socialista se va vaciando para dejar una cáscara que ya
no convence a nadie y que el hirak lucha por romper, no es ajeno a
ciertas presiones que vienen del exterior. En 1995, en la capital de la nació
catalana oprimida per l’imperialisme espanyol tuvo lugar el llamado
“Proceso de Barcelona” donde los funcionarios de la Unión Europea consideraron,
de forma entusiasta, que el libre comercio y la adopción de políticas
liberales por parte de los países del sur atraerían inversiones extranjeras,
allanando así el camino para la dinamización de la estructura productiva local,
la promoción de la integración regional y la creación de nuevas oportunidades
de empleo.
Así, en este escenario geográfico
tan incomparable y civilizado, se contribuía a remachar las cadenas
neocoloniales de las poblaciones del sur del mediterráneo (cuyos gobiernos
firmaron los acuerdos pertinentes) pues tales directivas solo contribuirían a
crear un “capitalismo de amiguetes” (crony capitalism) donde en las
privatizaciones saldrían beneficiados, preferentemente, elementos bien
colocados de los regímenes autoritarios con la corrupción consiguiente. En
lugar de la democratización, la liberalización llevó a la aberración de unas autocracias
iliberales modernizadas con una distribución muy desigual del poder y la
riqueza. ¿Qué creían que iba a pasar los funcionarios de la U.E. en países
donde, debido a la represión y monopolio político, existía una débil burguesía
dependiente y unos movimientos sociales replegados y atemorizados?
Hay, aun así, quien se atreve a
decir que no hay que culpar en exceso a la U.E. pues hay que diferenciar su
política centrada en valores de la política de los Estados-Nación que la
integran basadas en intereses. Esto obvia descaradamente, a mi entender,
la interdependencia que existe entre la política neocolonial de los Estados y
el intento de lavarse la cara de la superestructura institucional que
comparten.
Como nos recordaba el compañero
cenetista manchego Abraham Guillén en su labor por clarificar teóricamente la
alternativa económica al capitalismo monopolista y al “comunismo” estatal:
Las cooperativas de producción
y servicios, en países de economía de Estado, con un rígido sistema de
planificación económica centralizada, están mediatizadas políticamente con
instrucciones dirigistas de la burocracia, control del mercado, intervención
política de los partidos monolíticos, quebrantando así uno de los principios
básicos del cooperativismo: neutralidad política e independencia de las
cooperativas respecto de los partidos políticos y del Estado.
Para él tan mala era una economía
liberal sin planificación de ninguna clase que no hacía más que aumentar las
diferencias entre clases sociales que una de excesivamente dirigista que anulaba
la iniciativa y creatividad de los trabajadores y anquilosaba la economía
innecesariamente. Para Guillén la planificación debía ser compatible con una
sana competencia en un “socialismo libertario de mercado” como paso previo al
comunismo libertario. Para ello estudió en profundidad el modelo de “socialismo
autogestionario” yugoslavo (si bien no se salvaba de sus críticas por el
autoritarismo político de Tito) entre otros. El falso cooperativismo
bolivariano (donde estas se constituyen, fundamentalmente, en suministradoras
del Estado y están bajo vigilancia del SUNACOOP) difiere de experiencias
venezolanas independientes como CECOSECOLA de Barquisimeto (“cooperativa de
cooperativas” que incluye ahorro, producción agrícola etc.) y es anterior al
chavismo.
Así como las “empresas
socialistas” argelinas, ineficientes y dependientes del dirigismo burocrático,
convertidas en “empresas económicas” con Benyedid, contrastan con la primera
fase autogestionaria durante el gobierno de Ben Bella (1962-1965) cuando la
huida de los colonos “franceses” del país (que constituían los técnicos,
profesionales liberales, obreros cualificados, propietarios agrícolas etc.)
dejó en manos del pueblo pobre y explotado el control de los medios de
producción. Este proceso sería revertido, lamentablemente, con la creación de
cooperativas de moudjahidines (antiguos combatientes del Ejército de
Liberación Nacional) controladas por una Dirección General dependiente del
Ministerio de Defensa y los “Decretos de marzo” de 1963 que institucionalizaban
esta interesante experiencia surgida de abajo.
Por otra parte, en el documental Nuestro
Pétroleo y Otros Cuentos (polémica producción que, si bien fue realizada
por antiguos simpatizantes del chavismo, fue vetada por el Gobierno Bolivariano
por sus críticas) se narra la interesante experiencia de autogestión de la
petrolera estatal PDVSA cuando los trabajadores (mayoritariamente afectos al
proceso bolivariano) pusieron a funcionar la compañía por ellos mismos al
sumarse la dirección al Paro Petrolero de 2002-2003 contra el Gobierno de Hugo
Chávez. Lo paradójico del asunto es que cuando todo terminó el Gobierno que
ellos mismos apoyaban se hizo con el control de la compañía deshaciendo la
autogestión espontánea. Como nos recordaba un trabajador de PDVSA:
Lo hicimos durante 3 o 4
meses, aquí no hubo gerentes, no hubo fuerzas de seguridad que nos protegieran,
sino el Ejército allí en los portones, hubo algo disuasivo, pero quien cuidó
las instalaciones y las operamos fuimos los trabajadores petroleros y la
comunidad
Afirma que su error fue no
percatarse que además de operar estaban gestionando lo hicimos sin darnos
cuenta y después vino esa gente y ocupó sus espacios. Afirma que hicieron
la normativa a un lado y no había distinción de nóminas ni de cargos (https://www.youtube.com/watch?v=9QcvCEBi6fk
9:35). Una luminosa experiencia donde el estrato más bajo de la aristocracia
obrera petrolera (los trabajadores de nominas más altas también se sumaron al cierre
patronal) consiguió apoderarse por unos meses de la compañía más importante del
país. Hay que recordar que el papel revolucionario de la clase obrera no
depende tanto de su número (y en un país subdesarrollado como Venezuela es
inferior a los países de la Unión Europea) sino del papel estratégico que ocupa
en la economía ¿Y que hay más estratégico en esta nación caribeña que el
petróleo? Ojalá la PDVSA y SONATRACH actuales siguieran este brillante ejemplo:
deshaciéndose de todo capitalista y burócrata para construir las bases de una economía
libertaria al servicio de la gente.
Alma apátrida
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