Sociología de los
lumpenintelectuales arrastrados y desesperados por medrar socialmente lamiendo
culos convergentes
1) Un auténtico bodrio de
documento
Hace unos días, ha trascendido en
diferentes medios de (in)comunicación, la aparición de un nuevo folleto de la organización de la izquierda independentista “Endavant” titulado “Construir
un nou camí cap a la República dels Països Catalans, el socialisme i el
feminisme” donde discrepan, en líneas muy generales, del pragmatismo
estratégico que defendía la ponencia política de la CUP presentada a su
abnegada militancia en julio de este año. Así, “Endavant” defiende una vía
insurreccional a la independencia que, aun presentándose como obra del sector
más genuinamente revolucionario de ese movimiento, adolece de las mismas
limitaciones de fondo de siempre y que se relacionan, como no podía ser de otro
modo, con las peculiaridades sociológicas del sector social que representan,
preñado de sus típicas ambivalencias e indecisiones.
A bote pronto recuerdo algunas: a)
La defensa metafísica de un “contrapoder” independentista a las instituciones
burguesas autonomistas, sin tener en cuenta el carácter de clase de este, como
si todas las clases sociales fueran capaces por igual de ejercerlo o pudieran
jugar el mismo papel revolucionario, fantaseando con el oxímoron de unos
“soviets pequeñoburgueses” formados por la masa “procesista” b) En relación a
esto, la repetición machacona del término ambiguo “clases populares” que sólo
esconde el papel de vanguardia que pretenden jugar estos “soviets
pequeñoburgueses” respecto a un proletariado precarizado indiferente, e incluso
hostil, a su falsa conciencia de la realidad emperifollada con los colores
patrios c) el nauseabundo tonito culpabilizador hacia “un sector de las clases
populares” (subterfugio para no hablar de la clase trabajadora metropolitana)
por su “fuerte sentimiento identitario españolista” sin tener en cuenta que
cualquier identidad es relacional y, en este caso, responde al mismo proceso
excluyente en las otras filas y d) La defensa del “proceso de
autodeterminación” como una “revolución política” y que evidencia la
incapacidad de su vanguardia de promover una “revolución social” que es algo
muy diferente y que va más allá de los cosméticos cambios en la superestructura
institucional.
Este concepto aplica la lógica de
la terminología marxista al estudio del mundo de la cultura. Así, de la misma
manera que Marx nos hablaba de un “ejército industrial de reserva” formado por
un lumpenproletariado que era usado, por parte de la burguesía, como amenaza
hacia la clase obrera para hacer bajar sus salarios, de igual forma, el
excedente universitario que se zambulle en la precariedad laboral con sus titulaciones
debajo del brazo, constituye un “ejercito intelectual de reserva” con el que
asustar a la intelectualidad, institucionalmente consolidada, si se aparta del
camino correcto. En la medida que esto no ocurre, el primero se encuentra como
pez fuera del agua y se ve forzado a construir precariamente su propio espacio
político subterráneo a la espera de dar el salto definitivo. Este espacio está
preñado de todas las contradicciones inherentes a su realidad presente y a sus
aspiraciones futuras.
Su proceso de politización
endogámico, fundamentalmente en espacios universitarios y afines, le empuja
irremisiblemente a lloriquear ante la burguesía, no por sus condiciones de
explotación, sino porque la percibe incapaz de cumplir el proyecto político que
se ha propuesto y ha prometido a las clases medias (de las que el
lumpenintelectual se siente parte, aunque no guste de confesarlo, como su
apéndice frustrado por la precariedad laboral). No hay así un radical cambio de
paradigma, que sería lo exigible a cualquier proyecto revolucionario, sino las
mismas categorías y aspiraciones simplemente protagonizadas por distintos
estratos, más o menos elevados en la jerarquía de clases, del mundo social y
cultural burgués.
Aún así, si Bakunin discrepaba
con Marx, respecto al carácter revolucionario o dependiente del lumpenproletariado ¿no cabría una noción más positiva del lumpenintelectual? Siempre
que este se disuelva como grupo en el seno del movimiento obrero
revolucionario, contribuyendo humildemente a elevar su nivel de conciencia, si
cabría, pero en espacios políticos, históricamente formados casi exclusivamente
por él, solo puede contribuir a inflar su ego, apartarse de la realidad y a
asumir acríticamente el universo de valores de la sociedad burguesa. Esto es lo
que ha ocurrido tradicionalmente en el movimiento del que forma parte
“Endavant” que ha sido protagonizado, mayormente, por asambleas de facultad y
círculos intelectuales y en donde su corriente proletaria ha sido más bien
minoritaria (y hoy incluso se muestra algo díscola con sus lineamientos
generales).
3) El cansino mantra de las
“clases populares”
Es curioso que en el documento de
marras se denuncie el interclasismo del soberanismo gubernamental y se apueste,
a su vez, por encorsetar a la clase trabajadora dentro de un término ambiguo
que se repite insaciablemente. Históricamente el uso de lo “popular”, en el
seno de las organizaciones de izquierda, ha significado la defensa de una
alianza del proletariado con los sectores “progresistas” de las clases medias.
Pero, en este caso, no se ve la alianza por ningún lado y “clases populares” se
convierte en un eufemismo del mejunje entre una masa de intelectuales precarios
sin conciencia de clase y algunos sectores de la pequeñabuguesía exaltada por
el discurso independentista. Se trata de un planteamiento de “Frente Popular”
sin obreros, a los que se espera que se incorporen jugando un papel
subordinado, que adquiere, por lo tanto, reminiscencias nacional-comunistas,
por constituirse su vanguardia como algo ajeno a la “conciencia de clase” del
proletariado.
¿Quién no recuerda aquel anuncio
de Kellog’s de finales de los ’80 donde unos cereales despertaban el tigre
dormido de los niños? El alimento meritocrático que distribuye la burguesía,
entre las capas intelectuales proletarizadas furiosas por ser, una y otra vez,
excluidas de los beneficios y el reconocimiento del establishment pujolista,
permite alargar su agonía a la espera de tiempos mejores donde los viejos
representantes del “mundo de la cultura” serán substituidos por sangre más
joven. Para eso, hay que hacer un esfuerzo más en desactivar la potencialidad
revolucionaria de los movimientos sociales, convirtiéndola en el capital
político que necesita la vanguardia bohemia de los lumpenintelectuales, a fin
de presentar sus credenciales como mediadora ante el poder establecido por la
mafia convergente, deseosa de contar con semejante bisagra entre ella y un
mundo subalterno que detesta profundamente.
Así, cuando la clase obrera
metropolitana manifiesta un sublimado españolismo (forma de defensa primaria
ante la austeridad capitalista convergente) el intelectual precarizado sólo
puede reaccionar a la defensiva contra una protesta que, aunque bastante
primaria, amenaza en desordenar su mundo psíquico compuesto de atractivas
promesas de movilidad social ascendente. Lo que no parece contemplar, entonces,
es que su queja ante una posición identitaria proviene de un mismo marco mental
y, en esta ocasión, para defender implícitamente una posición de privilegio:
ahí aparecen los destellos de nacional-bolchevismo que pugnan por emerger a la
superficie ante el derrumbe de la apariencia izquierdista revolucionaria.
5) La "revolución política" o la
autocelebración de la impotencia
Endavant define el “proceso de
autodeterminación” como una “revolución política”. Shin chae-ho, anarquista
coreano, diferenciaba claramente entre esta y una “revolución social” pues la
primera sólo cambia de manos el poder. La apuesta por la primera, en detrimento
de la segunda, ejemplifica el carácter limitado de su propuesta de cambio.
Dichos límites tienen que ver con la incapacidad de su movimiento por afectar
la estructura económica de la sociedad y, por tanto, el carácter superficial de
su propuesta política.
Así, cabe concluir también, que
la lucha de líneas dentro de la izquierda independentista catalana, sólo
expresa maneras distintas de un mismo proceso de inserción en las categorías
simbólicas de la nueva burguesía liberal emergente, a la que se acusa,
fundamentalmente, de no cumplir sus promesas “utópicas” más que de lo lesivo de
su proyecto.
Alma apátrida
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