Espectros de octubre o la
ingenuidad sociopolítica: crítica anarquista al libro de Josep María Antentas
sobre el independentismo catalán
I
Hace poco ha caído en mis manos
la nueva obra de este sociólogo de la UAB y militante de la corriente “Anticapitalistas”
de Podemos (adherente al “mandelismo” trotskista, corriente vilipendiada, por
el resto de seguidores ideológicos del antiguo jefe del Ejército Rojo, por su
pragmatismo y colaboracionismo con la socialdemocracia brasileña e italiana)
sobre la tragicomedia del “Procés”, que tenemos la cotidiana desgracia de
soportar los trabajadores como buenamente podemos. El uso de la metáfora
espectral, si bien él la utiliza en un sentido histórico, me recuerda a aquella
noción del filósofo esloveno Slavoj Zizek, basándose en el psicoanalista
Jacques Lacan, respecto a la manifestación alternativa por parte del “Yo” de
una pulsión que se encuentra en el inconsciente. Trasladada al ámbito de la
política podría referirse a “aquello que pudo ser y no fue” cuando los deseos
se ven obligados a pasar por el tamiz de los convencionalismos sociales que
representa el “super-yo” freudiano y adquieren la forma sucedánea de un
“fantasma”.
Así interpreto que, para
Antentas, el deseo de “independencia” expresado por las multitudes soberanistas
se transforma en el “espectro” de un procesismo vacuo y estéril al ser tamizado
en el respeto a la ideología derechista burguesa y su “incapacidad” por
conectar con las demandas sociales de los sectores obreros y populares que vienen
del 15-M. Todo parece ser culpa de este “super-yo” que ha construido el
pujolismo desde los años ochenta, entonces. Y aquí es donde encuentro la
principal ingenuidad del autor al atribuirle a la clase media un fondo
revolucionario (o democrático como dice él) cuyo único problema es que no es
potenciado lo suficiente por la “falta de capacidad” o los “errores
estratégicos” de esta.
II
Pues no, señor Antentas, para
adherir usted al marxismo demuestra desconocer profundamente su sociología: lo
único que son los sectores medios de la sociedad (compuestos de un batiburrillo
de rentistas, pequeños empresarios, trabajadores que se creen jefes por tener
algún carguito de responsabilidad o profesionales cualificados que se
identifican antes con su desahogada nómina que con el hecho de estar sujetos a
ella) por si mismos es nada menos que los mamporreros del fascismo. O sea, no
es que no hayan incluido las reivindicaciones sociales al independentismo por
“falta de reflexión” sino porque estructuralmente su posición en la sociedad,
subjetiva o objetiva, les empuja a ser la carne de cañon de los más variopintos
proyectos distópicos burgueses disfrazados de promisión social.
Este sector social, conservador y
timorato por antonomasia, sólo puede ser forzado, por una combinación de
persuasión, pero también de cierta coacción, a adherirse a un proyecto de
transformación revolucionaria mediante la acción organizada de la clase
trabajadora que es el verdadero sujeto del cambio social. En su libro afirma,
en cierto momento, que los intelectuales orgánicos del conservadurismo
pujolista obligaron, en una viciada dinámica, al movimiento obrero a
interpretar la historia de Catalunya en relación a una cuestión nacional que se
consideraba, falsamente, como su principal eje y usted en su libro hace algo
muy parecido: pretende que el principal “agente político transformador” que
pone en crisis el Régimen del 78 es este movimiento ciudadanista pequeñoburgués
con ínfulas meritocráticas profundamente adverso, si adverso y no simplemente ciego,
a la clase trabajadora.
III
Antentas afirma que estamos
hablando de un movimiento democrático simplemente porque habla en términos de
una soberanía que se traduce en la reivindicación de un Estado propio. Entonces
supongo que pensará que el separatismo cruceño en Bolivia, las veleidades
regionalistas de la “Lega Nord” y su “Roma Ladrona” o el independentismo
conservador que apareció en la Madeira portuguesa como consecuencia de la
“Revolución de los Claveles” de 1974 también eran democráticos. No sé si maneja
la concepción liberal abstracta del derecho a la autodeterminación de las
naciones del Presidente Estadounidense Woodrow Wilson pero la de V.I Lenin no
creo porque el dirigente bolchevique afirmaba siempre que este debía estar, en
todo caso, supeditado a la cuestión social, lo que significa tener una política
concreta para cada situación, lo que viene a decir también que no hay que
apoyarlo sin más cuando su reivindicación esta hegemonizada por los enemigos,
explícitos o implícitos, del proletariado y es contraria a sus intereses.
Así cabe reflexionar también si
el “Procés” es una simple reacción al centralismo del Estado Español o un
movimiento conservador que aparece, justamente, para conjurar los peligros para
el establishment convergente que supuso la efervescencia social del 15-M: y en
este sentido si se parecería algo al de Madeira, aunque el 15-M no llegara a
triunfar, por si se había pensado que no eran casos comparables. No entiendo
como se puede reconocer en el libro la desconfianza que generaba este
movimiento en amplios sectores del nacionalismo catalán más o menos
aburguesado, citando incluso un artículo xenófobo de Carod-Rovira mandando a
los manifestantes a “protestar a España”, y no se explore ni siquiera esta
posibilidad. Me parece de lógica que los políticos capitalistas catalanes se
mueven antes para impedir cualquier cambio social progresivo, por tímido y
pacato que este sea, que para evitar un conflicto interburgués que favorece su
dinámica de acumulación política, su relación clientelar con las clases medias
y la exclusión-represión del proletariado precarizado robándole, encima, el
protagonismo que le corresponde como opositor al sistema, con su simulacro de
enfrentamiento.
Antentas afirma que la lección
del independentismo es un “Si Se Puede”, haciendo una comparación más que
perversa con expresiones sociales y políticas que están en las antípodas de
este embuste, y que las consecuencias de una derrota del movimiento se harían
sentir en la sociedad catalana: pues si, creo que se harían sentir pero en el
sentido contrario a lo que él imagina. La doctrina subversiva y
antinacionalista del “derrotismo revolucionario” nos enseña como el fracaso de
un proyecto social y político burgués, aunque sea por la acción de otra
burguesía “extranjera”, abre la posibilidad a la clase trabajadora del triunfo
de su propio proyecto histórico ante el derrumbe de “su” clase opresora. La
“Comuna de París” de 1871 y la “Revolución Espartaquista” de 1919 fueron
ejemplos claros de ello.
Por otra parte, hay que decirle,
que su moderado entusiasmo con la CUP (de cara a posibles confluencias)
comparándola con las luchas de “liberación nacional” del Tercer Mundo es de una
miopía alucinante. Lo único que significa, en el contexto de una sociedad de
capitalismo desarrollado, la conjunción aberrante de la “lucha nacional y
social” es la síntesis imposible de la necesidad cotidiana que tiene la masa
proletaria juvenil universitaria, por una parte, de solidarizarse con sus
compañeros de infortunio en los curros de mierda que se le ofrecen y, por otra,
la pulsión irracional por negarse a si misma como trabajadora yendo detrás de
las promesas burguesas de activar el ascensor social con la llave de sus
titulaciones (y que adquieren la forma ideológica “fantasmática” de la
“Nación”).
Resumiendo: no es para nada de
extrañar este discurso, proveniente de un representante de la corriente más
pacata del trotskismo, que ha abandonado también, en varias de sus secciones,
la noción de “dictadura del proletariado”, no para substituirla por la noción
de “democracia obrera” de Andreu Nin, sino para hacer un cambalache por un
refrito de ciudadanismo y populismo que le abra las puertas a su consolidación
como furgón de cola de la socialdemocracia mientras mantiene un simulacro de
crítica revolucionaria.
Alma apátrida
Comentarios
Publicar un comentario