I
Hace tiempo que no tengo un
conocimiento de primera mano sobre lo que ocurre en este país y a lo más que
tengo acceso es a algunas webs de contra-información así como impresiones y
vivencias de algunos compañeros y amistades de esa sufrida nación caribeña, aun
así intentaré ordenar, en la medida de lo posible, el caos de reflexiones que
me produce la situación actual con la auto-proclamación espuria de Guaidó y el
llamado a cerrar filas en torno a Maduro de la oficialidad chavista más cerril.
Una de las incomprensiones más evidentes a la hora de analizar la situación
sociopolítica venezolana, en la que cae buena parte de la izquierda más o menos
radical por estos lares, ha sido siempre a mi entender, el de concebir las
relaciones de poder que se dan en esta sociedad como un antagonismo entre una
burguesía propietaria de los medios de producción y unos sectores obreros y
populares representados por el gobierno bolivariano.
II
Esta concepción parte del error
de concebir la sociedad venezolana como sujeta a una dinámica propia de los
países de capitalismo desarrollado. En realidad Venezuela es un Petroestado
donde aproximadamente el 80% de su PIB proviene de la venta de lo que se llamaba
popularmente “la mierda del diablo”. Esto significa que la alta burocracia de
PDVSA, la petrolera estatal, tiene más poder de lo que pueda tener la patronal
del sector privado y capacidad para gestionar suculentos contratos con
multinacionales extranjeras a través de la figura de las “empresas mixtas” que
llegaron a ser incluidas en una de las reformas de la Constitución Bolivariana.
Bajo este esquema se constituye una estructura clientelar que a través de las
rentas del petróleo ha intentado históricamente redistribuir parte del ingreso
coincidiendo con los ciclos alcistas del precio del barril de crudo en el
mercado internacional.
Esta importante diferencia tiene
como consecuencia que el escenario venezolano de la lucha de clases se haya
constituido en dos polos que tienen relación con un antagonismo entre
capitalistas y sindicatos del sector privado (FEDECAMARAS y CTV) y burócratas y
pseudo-sindicatos que actúan como apéndices estatales en numerosas ocasiones
(Unete). Es decir, una pugna interburguesa entre aquel sector de los
capitalistas que por razones políticas se ha visto excluida de la red
clientelar y aquella que está bien inserta en dicha estructura. Ambos bandos
han querido usar de peones a la clase trabajadora vinculada al sector privado o
público (vale decir que este último también ha incluido falsamente a los
cooperativistas temporales que como forma de externalización precaria han
nutrido los contratos de abastecimiento del Estado en varias áreas). Hoy en
día, debido a un descenso del precio del barril de crudo, la estructura
clientelar y redistributiva de las migajas de la renta petrolera hace aguas y,
como consecuencia, en el sector político chavista, que tiene el control de
dicho Petroestado, empiezan a notarse importantes fisuras.
Otro aspecto a considerar me
remite al debate teórico entre las ideas del filósofo y economista Karl Marx y
el sociólogo Max Weber. El primero atribuía a la clase social, es decir, a una
determinada relación con los medios de producción (posesión o desposesión) la
importancia fundamental a la hora de entender el papel en las relaciones de
dominación que jugaban los individuos en sociedad. El segundo decía que esto no
era suficiente y añadía también la noción de “estatus” para hacer referencia a
la reputación y al prestigio que podían tener ciertos grupos sociales no
relacionado necesariamente con la posición en la estructura económica. Es
frecuente en Latinoamérica oír a la izquierda revolucionaria, más bien de
filiación autoritaria, decir que las Fuerzas Armadas de los países del Cono
Sur, como Argentina y Uruguay, tendrían un componente clasista que las haría
impermeables a la penetración de ideales progresistas en su seno y que hubiera
configurado un radical extrañamiento entre ellas y la población que sufrió su
zarpazo represivo en los setenta.
Por el contrario, acostumbran a
afirmar que el caso venezolano es distinto, que tienen un componente popular,
con el acceso a la oficialidad de militares provenientes de sectores humildes y
que esto ha producido históricamente mayor permeabilidad a los ideales
progresistas. Esta interpretación tiene en cuenta la clase pero no el estatus:
ser militar en Venezuela constituye, en buena parte, una realidad en sí misma y
no un simple epifenómeno de la clase social de procedencia, hunde sus raíces en
la época de la colonia pues el Imperio Español le había reservado al futuro
país el papel de Capitanía General. Es decir, la dicotomía civil-militar tiene
mucha importancia y dibuja un escenario más complejo que se añade al de
burgués-proletario (si puede hablarse en estos términos en una sociedad de
capitalismo dependiente).
Así podríamos analizar las
formaciones políticas históricas venezolanas en dos ejes izquierda-derecha y
civil-militar: Dentro del centro-izquierda o izquierda civil tendríamos desde Acción
Democrática (con figuras radicales como Rómulo Gallegos o más bien reformistas
como Betancourt) hasta su escisión de extrema-izquierda: el Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (con figuras como Simón Sáez Mérida) y dentro de la
derecha civil tendríamos a partidos como COPEI o el más actual Primero Justicia.
De la misma manera en el centro-izquierda o izquierda militar tendríamos al
Partido Democrático Venezolano de Isaías Medina Angarita en los años cuarenta,
y su evolución histórica en la Unión Republicana Democrática, de la que bebe el
MBR-200 que desemboca en el Movimiento V República y el actual Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV). En la derecha y extrema-derecha militar tenemos
al perezjimenismo y su Cruzada Cívica Nacionalista (CCN).
IV
Si partiéramos de un análisis
marxista ortodoxo diríamos que la variable civil-militar no tiene demasiada
importancia y que, por tanto, izquierda militar e izquierda civil harían frente
común contra sus oponentes de derecha civil y militar. Pero parece que Max
Weber tiene aún algo que enseñarnos y es conocida la incorporación de sectores
provenientes del perezjimenismo ideológico en el chavismo y la tibieza y
justificaciones varias que se ha hecho de esta Dictadura, la fascinación que
sentía Hugo Chávez por los “carapintadas” argentinos, así como las cortapisas
que se han puesto para investigar las violaciones de Derechos Humanos
producidas en el país por los militares durante el Caracazo del 27 de Febrero
de 1989 entre otras. El corporativismo militar pesa más allá de ideologías y se
sustenta en todo un armazón cultural de ensalzamiento de lo castrense que
ejemplificaban hace algunas décadas los Billo's Caracas Boys con canciones como
“Yo quiero un cadete”.
¿Pero cuál es el armazón
ideológico de la institución castrense venezolana? Este empezó a fraguarse a
partir de la presidencia de Eleazar López Contreras (1935-1941) en el período
de la llamada “Democracia Evolutiva”, toda una definición de la que podemos
intuir su significado, y se conoce como “Cesarismo Democrático”, o sea, algo
parecido al despotismo ilustrado europeo regido por la máxima “Todo por el
pueblo pero sin el pueblo”: simplemente se consideraba al pueblo venezolano
demasiado estúpido para regir sus destinos debido a su componente racial negro
e indígena (Nicolás Maduro haría bien en bucear en los orígenes ideológicos de
su principal soporte cuando acusa a Pedro Sánchez de racismo). Esta es la
génesis y basamento profundo del militarismo político venezolano: un nauseabundo
remanente del que los trabajadores y sectores humildes deben sacudirse cuanto
antes si quieren ser libres y ser reconocidos como sujetos autónomos con capacidad
para regir sus vidas. El ejército venezolano está infestado ideológicamente del
peor positivismo de nefasto origen.
V
Reconocer este hecho no significa
necesariamente, a mi parecer, tener que hacer piña con la oposición civil socialdemócrata
y neoliberal porque si algo tengo claro es que una doctrina antimilitarista
como el anarquismo, en el contexto específico de Venezuela, puede aportar mucho
a las luchas sociales de una población hambreada y reprimida. Los compañeros
libertarios de allá son de los pocos que ponen el acento en la denuncia de una
de las principales raíces, sino la principal, de la especificidad del sistema
de dominación en Venezuela: algo que no se acostumbra a tener claro desde aquí cuando
se analiza y elaboran discursos que equiparan la nación caribeña con las
estructuras económicas, sociales y políticas propias de nuestra región, pues si
bien es cierto que todos o casi todos los Estados son de génesis militar, las luchas
sociales de la burguesía europea, en su momento revolucionaria, fueron
produciendo procesos de conversión civil de varias áreas que en un país como
Venezuela, por su estructura económica dependiente y la presencia de una lumpenburguesía
históricamente cautiva de las dádivas del Estado rentista y militarista, nunca
acabó de fraguar. Esperemos que lo haga ahora de la mano del proletariado venezolano.
Alma apátrida
Comentarios
Publicar un comentario