Elogio del anarquismo: crítica, pero vindicación a pesar de todo

1) El lastre ideológico del positivismo

El anarquismo es un pensamiento humano. Y como tal es imperfecto. En pleno siglo XXI ya deberíamos expulsarnos la rémora de aquellas consignas de la FAI referentes al pensamiento más avanzado que existe pues, si bien esto puede ser cierto, en algunos aspectos, en otros no lo es necesariamente. El anarquismo arrastra, desde finales del XIX, mucha influencia de la sociología positivista y esta tenía su lado oscuro: el racismo. No podemos atribuir, mal que nos pese, este aspecto a simples prejuicios (de García Oliver respecto a la condición gitana de Marianet, de Federica o Cipriano Mera respecto a los magrebíes etc.) sino que hay una influencia doctrinal clara: la expresión de Eliseo Reclús La anarquia es la más alta expresión del orden no deja de remitir a lo que el sociólogo Zygmunt Bauman en Modernidad y Holocausto llamaba la modernidad como jardín como oposición al bosque desordenado: así el peligro de hacer de jardinero de la sociedad está, necesariamente, presente en el anarquismo moderno.

Esto se evidencia cuando el anarquismo, y los anarquistas occidentales, entramos en contacto con el acervo cultural de otros pueblos que no han formado parte, históricamente, de los centros irradiadores de la modernidad. Ojo, con esto no quiero decir que la modernidad, como tal, sea un producto europeo, sino que, de hecho, es más bien una síntesis (el renacimiento europeo, por ejemplo, bebió de la filosofía árabe andalusí, esta de la filosofía griega y esta, a su vez, de la egipcia) pero si que el anarquismo sigue, a mi parecer y por regla general, participando de esa confusión entre producto y síntesis impidiéndole valorar los distintos elementos de esta última, y su variada procedencia, e incorporarlos a su matriz de pensamiento. Así, en las últimas décadas, la emergencia y fusión del pensamiento decolonial con el anarquismo ha llevado, a veces, a una crítica total de la modernidad cuando más bien habría que verla, a mi entender, como algo contradictorio (con aspectos emancipativos y opresivos) y fruto de distintas matrices culturales.

2) Individualismo y comunismo: La irresuelta cuestión del poder

Otra cuestión irresuelta por el anarquismo es el problema del poder. Des del punto de vista de las ideas podríamos decir que esa dificultad es fruto de la tensión entre el comunismo y el individualismo en nuestro movimiento (pues el primero acepta, a mi entender, la idea de un poder colectivo o social y el otro no). La sociología “científica” marxista dirá, en consonancia con el materialismo, que esto tiene mucho que ver con el proceso social migratorio campo-ciudad, a inicios de la Revolución Industrial: los campesinos que cultivaban su pequeña parcela de tierra, de mentalidad individualista, se trasladan a las fábricas, donde comparten cotidianamente con otros trabajadores, y se va formando su mentalidad comunista: los remanentes individualistas, que sobreviven al chocar con esta nueva realidad, formarían el anarquismo como realidad contradictoria individualista-comunista.

Pero llevar este argumento demasiado lejos acabaría transformando el marxismo en una suerte de conductismo. Un ejemplo inquietante en la ciencia ficción lo representan los Borgs de Star Trek: una civilización de humanoides, cuyas mentes están conectadas por implantes corticales a una colmena, una mente colectiva controlada por la reina Borg, quien es capaz de erradicar la personalidad de sus súbditos, a través de la administración de drogas, que les abren las mentes a lo transpersonal. ¿Era la distópica sociedad Borg de Star Trek una crítica al sistema soviético llevada al paroxismo? Es posible, pero también es cierto que la Ciencia Cognitiva ha demostrado que niños de muy tierna edad pueden hacer cosas que no han aprendido, lo que indica habilidades y criterios de selección innatos, lo que hecha por tierra el conductismo y también cierto sociologismo marxista llevado al paroxismo.

O sea que podríamos decir que esta contradicción del anarquismo no es solo fruto de un proceso histórico-social sino de la misma naturaleza humana. ¿Y cómo podríamos intentar resolverla? Con un Comunismo Libertario, es decir, con un Comunismo con unas pinceladas de Individualismo ¿Por qué digo “pinceladas”? Porque, a pesar de todo, como anarcocomunista, estoy más cerca del marxismo (como teoría no como praxis política concreta) que del paroxismo neoliberal de series estadounidenses como Star Trek. Cada individuo, grupo u organización anarquista es libre de detener su movimiento pendular individualismo-comunismo donde le convenga, pero esto le llevará a polemizar, necesariamente, con otros anarquistas. Y, en este sentido, hace tiempo vengo observando una vindicación de las posturas colectivistas (Rafael Farga Pellicer, Camillo Berneri), por parte de algunos compañeros, lo cual significa cierto retroceso al Individualismo des del Comunismo.

Así, tenemos que el anarquismo tiene como defectos el lastre de la influencia del positivismo (que también se ha expresado, en ciertas ocasiones, en una confianza ingenua en el pedagogismo para cambiar la sociedad: cuando realmente, solo se puede convencer a quién tiene, como mínimo, cierta predisposición a escucharte) y su irresolución del tema del poder que guarda relación con su alma dual individualista-comunista.

3) La virtud moral del anarquismo

¿Ahora bien, es que no tiene ninguna virtud? Claro que sí, tiene muchas. Robert Michels (1876-1936), uno de los padres de la ciencia política moderna y que no era precisamente anarquista, en su obra clásica Los Partidos Políticos: Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna afirma sobre los anarquistas (vale la pena reproducirlo entero porque no tiene desperdicio):

“Entre los líderes anarquistas encontramos muchos hombres instruidos, cultivados y modestos, que no han perdido el sentimiento de verdadera amistad, y para quienes es un placer cultivar y alimentar ese sentimiento; hombres sinceros y de miras elevadas, tales como Peter Kropotkin, Elisée Reclus, Christian Corneliseen, Enrico Malatesta y muchos otros menos famosos. Pero, aunque los líderes anarquistas son por regla general superiores en lo moral a los líderes de los partidos organizados que actúan en el campo político, encontramos en ellos algunas de las cualidades y pretensiones típicas de todo liderazgo. Un análisis psicológico de las características del líder individual anarquista lo demuestra. La lucha política contra toda autoridad, contra toda coerción en la cual muchos de los anarquistas más eminentes han sacrificado gran parte de sus vidas, no acalló en ellos el amor natural al poder. Todo cuanto podemos decir es que los medios de dominio empleados por el líder anarquista pertenecen a una época que los partidos políticos ya han superado. Son los medios utilizados por el apóstol y el orador: el poder encendido del pensamiento, la grandeza del autosacrificio, la profundidad de la convicción. No ejercen su dominio sobre la organización sino sobre la mente; no son el fruto de la indispensabilidad técnica, sino del ascendiente intelectual y la superioridad moral.”

Ahora bien, si conocemos la biografía de Robert Michels sabremos que se pasó del Partido Socialista Italiano al Partido Nacional Fascista convencido de que su Ley de Hierro de la Oligarquía (teoría sociológica pesimista que afirmaba que toda organización política, necesariamente, por su misma dinámica acababa controlada por unas pocas personas por muy democrática que se nombrara) era impepinable. Pero su crítica al líder anarquista es contradictoria ¿Cómo se puede calificar a alguien de sincero y superior en lo moral y afirmar, a la vez, su amor natural por el poder máxime cuando se presenta como anarquista? O no es sincero o no es anarquista, entiendo. Su crítica al orador no deja de ser contrarrevolucionaria máxime cuando él acabó defendiendo a otro (Mussolini) que no tenia nada de sincero y mucho de demagógico. Entiendo, como decía John Zerzan en su Futuro Primitivo, que la persuasión siempre que sea sincera (característica de los anarquistas, no según ellos mismos sino según alguien que acabó siendo su peor enemigo) no es autoritaria. Su todo cuanto podemos decir me parece ilustrativo de su débil argumentación.

4) Autodidactismo y capacidad política de la clase obrera

Otra virtud del anarquismo es su defensa del autodidactismo. Cuando uno lee el ¿Qué Hacer? de Lenin se le revuelven las tripas. Sinceramente, no entiendo como ningún obrero, de su mismo partido, no le soltó un guantazo con las burradas qué dice. Básicamente su idea, hablando en plata, es que los trabajadores son demasiado estúpidos como para ser revolucionarios por si mismos, que son incapaces de superar el tradeunionismo (sindicalismo reformista) y el practicismo mezquino y que la conciencia revolucionaria debe ser aportada desde fuera por sectores desplazados de la clase media y burguesa. Ahora bien, cuando algunos “científicos sociales” marxistas colisionan con el ejemplo teórico de un humilde artesano como Proudhon no se les ocurre decir otra cosa que ¡participaba en el movimiento obrero no como obrero sino como teórico! ¿O sea, que, al teorizar, automáticamente, dejaba de ser obrero? ¡Menudo absurdo!

Precisamente, Proudhon, literalmente en su lecho de muerte, escribió el que podríamos decir su testamento ideológico La capacidad política de la clase obrera (1864) donde afirma respecto a la revolución de 1848 que obligó a abdicar a Luis Felipe I y estableció la II República:

“Si, las clases obreras han adquirido conciencia de si mismas, y podemos señalar la fecha de tan fauto acontecimiento, el año 1848 (…) Si, las clases obreras poseen una idea que corresponde a la conciencia que tienen de si mismas, y forma perfecto contraste con la idea de la clase media; sólo que esta idea no les ha sido aun revelada sino de una manera incompleta, ni la han seguido en todas sus consecuencias, ni la han fomentado (…) han podido cambiar el centro de gravedad en el orden político y agitar la economía social, en cambio, por el caos intelectual de que son presa, y sobre todo por el romanticismo gubernativo que han recibido de una clase media in extremis, lejos de haber acertado todavía a establecer su preponderancia, han retardado su emancipación y comprometido, hasta cierto punto, su suerte".

Fijémonos, entonces que Proudhon, a diferencia de Lenin, no considera a la clase media una ayuda, en el proceso de toma de conciencia de la clase obrera, sino más bien un impedimento por el romanticismo gubernativo base de la ideología de la primera. Aquí el socialista libertario francés nos muestra el apego histórico de las clases medias al Estado y su deseo de formar sus cuadros burocráticos para lo que pretenden utilizar al proletariado como trampolín para conseguirlo: el resultado es un caos intelectual en los trabajadores, entre su conciencia naciente y ese romanticismo gubernativo con que se les come la oreja. Ejemplos históricos los tenemos a punta pala como la dictadura de la intelligentsia revolucionaria bolchevique sobre (no de) el proletariado o el uso que hizo la pequeña burguesía republicana del antifascismo para someter a los trabajadores de la CNT (que se limitaron, como dice Proudhon, a agitar la economía social pero no crearon una alternativa de poder que asegurara sus conquistas).

Pero lo que más me jode es la sospecha que tengo de que este prejuicio, que desmonta Proudhon, no está solamente presente en el leninismo sino en las críticas que algunos anarquistas vierten contra el anarcosindicalismo. Este, históricamente, cuenta en su haber con intelectuales obreros como Juan García Oliver (camarero) o Juan Peiró (obrero vidriero) y el societismo obrero ácrata anterior con figuras como Anselmo Lorenzo (tipógrafo) o Teresa Claramunt (obrera del textil). Hecho que ya de por si debería desmentir a Lenin y, siguiendo a Proudhon, llevarnos a afirmar que el proceso de toma de conciencia debió seguir su cauce y no ser interrumpido por una clase media republicana o marxista que, en lugar de suicidarse como clase como decía Amílcar Cabral, hizo todo lo que pudo por imponerse a los trabajadores.

Resumiendo, más confianza en nosotros mismos y menos oír cantos de sirena.

                                                                                                                                             Alma apátrida

 

Bibliografia

MICHELS, ROBERT Los partidos políticos II: Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna Amorrortu editores – Biblioteca de sociología, abril de 2003. Página 146.

HERREROS FRANCISCO Nota al pie 1 en LENIN ¿Qué hacer? Alianza Editorial, 2016. Página 101.

PROUDHON, P. J La capacidad política de la clase obrera Ediciones Júcar – Biblioteca histórica del socialismo - 31, 1977. Página 7 y 33.

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