El fascismo sociológico de “charla de bar” y el clasismo de la intelectualidad revolucionaria de clase media son algo que se retroalimenta

Cuando era más joven, empecé en esto del movimiento libertario, con dos compañeros más, fundando un grupo de afinidad anarquista. Los tres nos considerábamos como tal y nos relacionábamos, fundamentalmente, con otras individualidades que compartían nuestras inquietudes. Personalmente, llegué a estar algo obsesionado con la pureza ideológica del grupo, como algún otro compañero, y llegamos a rechazar en la asamblea propuestas que iban en la línea de transformarlo en algo más amplio: anticapitalista, antifascista etc. Cuando ocurrieron en el pueblo dos importantes movilizaciones (contra la construcción de una carretera y una central térmica) participamos activamente en ellas dándoles un sello distinto y difundiéndolas a través de carteles, octavillas y una revista que sacábamos. Esto, al contrario de lo que pensábamos, no se tradujo en que nuevos jóvenes se incorporaran al colectivo, sino que, al contrario, como más cosas hacíamos, de hecho, menos éramos.   

Pero nuestra actitud, en lugar de replantearnos algo, fue reírnos de ellos, de lo imbéciles que pensábamos que eran, de su sumisión y acatamiento tácito de la ideología del sistema. Una vez que, al cabo de un tiempo, me afilié al sindicato, empecé a conocer otra realidad: en cierta ocasión, me contaron, que entró a hacer una consulta un joven trabajador que vestía un chándal del Ejército Español, al observar que en el local se encontraban varios trabajadores y trabajadoras magrebíes, que esperaban para ser atendidos en la consulta, murmuró un “¡cuanto moro hay aquí!” pero uno de los veteranos compañeros, en lugar de echarlo inmediatamente del local (lo cual era lo que mi intransigencia juvenil anarquista algo de postal hubiera esperado) lo atendió, explicándome que quizás así, si este joven trabajador veía que los libertarios lo apoyábamos, pudiera cambiar su manera de ver las cosas.

En el municipio donde vivo hay una comunidad rifeña marroquí importante: la mayoría de ellos trabajadores y algún que otro pequeño comerciante. La visión que tienen de ella muchos ciudadanos catalanes y españoles pasa de una xenofobia sociológica de “charla de bar” (es decir, que no se traduce, de momento, en un voto explícito a VOX o al FNC que sería ya una xenofobia política) a incluso cierta visión orientalista como exaltación de “lo diferente”. Por orientalismo, se conoce, la disciplina académica fomentada, en su momento, en las metrópolis francesa y británica, consistente en elaborar un discurso funcional al colonialismo sobre los países árabes entre otros: para ello se exaltaba lo “exótico” y “diferente” con tal de construir una “otredad” radical que, si bien se interpretaba como algo bello, a la vez, necesitado de su “misión civilizatoria”. Hay una tienda hippie en el casco antiguo que es un claro ejemplo de ello.

Por otra parte, un trabajador marroquí (militante de un grupo marxista en su país) me comentaba que este tipo de prejuicios también se dan al revés: algunos musulmanes piadosos, según me comentaba, piensan que la mayoría de catalanes y españoles somos personas descreídas que no conocemos a Dios (como si ser ateo o “no practicante” fuera, necesariamente, sinónimo de no creer en nada) si bien tampoco hay que olvidar, que los prejuicios que pueda tener un grupo estigmatizado respecto al mayoritario, no tendrán nunca la misma capacidad nociva, aunque puedan motivarlos sentimientos parecidos. Pero una vez dicho esto, la pregunta es: ¿Cómo enfrentamos este tipo de prejuicios? Quizás un anarquista intransigente pueda pensar que el fascismo o racismo sociológico de “charla de bar” (o los prejuicios, estructuralmente, más inocuos de tetería) debe ser combatido con fiereza parecida a las manifestaciones políticas de la extrema-derecha.

Estos anarquistas están siempre listos a señalar agriamente los, a menudo, ingenuos prejuicios de los demás, sin cuestionar que muchos de nosotros tenemos un pensamiento progresista en ciertos temas porque tuvimos un contexto social y cultural (el segundo es una consecuencia del primero y no al revés) más favorable a su desarrollo. En este contexto, el progresismo utilizado como arma arrojadiza puede constituir una forma nauseabunda de clasismo e incluso de racismo ¿Significa esto que debemos adoptar un pensamiento furibundamente contrario a este como hacen los hooligans estalinistas-populistas del Frente Obrero? Y que conste que, en esta ocasión, por progresismo no me estoy refiriendo a ningún tipo de centro-izquierda sino a un pensamiento avanzado en cuanto a la diversidad cultural, sexual etc. (algunos ateneos libertarios de los años 30 no eran tan tiquismiquis con el uso de algunos términos).

Para nada, pero debemos tener en cuenta que, en el primer caso, el racismo sociológico, que existe en parte de la clase obrera, (que no el político, ojo), es una forma de sublimar el clasismo hacia los sectores más subalternos de la misma clase y adoptar una postura arrogante y no pedagógica frente a él significa ahondar en el enfrentamiento entre diferentes segmentos del proletariado (lógicamente, quien más promueve dicho enfrentamiento es el racismo en si pero estoy hablando, siempre, de la pedagogía que creo hay que usar en el nivel sociológico y no de la acción directa en el político).  Y con esta situación, solo pueden sentir regocijo aquellos que, en el fondo, les es indiferente su unidad, sino que entienden la política, como un acto de reafirmación de su capital cultural, como excluyente marcador de clase. Por otra parte, algo de indiferencia (que no oposición como dicen los demagogos seguidores de Roberto Vaquero) por ciertos temas como la diversidad sexual es debido a que constituyen una parte minoritaria, todavía, de las preocupaciones cotidianas de la mayoría de la clase trabajadora.

Repito ¿Significa esto que debamos adoptar la postura demagógica de que como no están en igual medida que el paro, la sanidad o la corrupción de los políticos no son importantes? En absoluto, ya que quienes queremos cambiar la sociedad tenemos la obligación moral de plantear todas aquellas cuestiones que puedan hacerla avanzar, pues limitarnos al nivel de consciencia actual de la gente (y lo peor, hacer apología de él) no es más que populismo barato y en este sentido el VOX de Santiago Abascal y el Frente Obrero de Roberto Vaquero no se diferencian tanto: apelan a las bajas pasiones, a ese reaccionarismo de “charla de bar” con tal de explotarlo políticamente. Pero este planteo debe hacerse, creo, de forma pedagógica y no confundir los niveles sociológico (los prejuicios algo tontos) con el nivel político e ideológico (que implica cierto nivel de intento de argumentación de un discurso de odio). Ser demasiado intransigentes políticamente, creo, en el plano de los prejuicios que se dan en las relaciones sociales cotidianas, puede conducirnos al aislamiento y a que la clase obrera se eche en brazos de los populistas fascistoides de derecha (VOX) o izquierda (Frente Obrero).

Hace unos días, un compañero del sindicato me recomendó la lectura de Cuestiones de Táctica o la Anarquía sin Adjetivos, del anarquista cubano Fernando Tarrida de Mármol, editado recientemente por el Ateneo Libertario de Carabanchel Latina, donde expone, en 1890, la mayor idoneidad de la táctica de los anarquistas españoles respecto a los franceses. Los primeros, a diferencia de los segundos, habían aceptado el pragmatismo de participar en las sociedades obreras. Estos libertarios acusaban de metafísicos a aquellos que pretendían que el anarquismo fuese una organización de pensadores sin comprender que la mayoría de trabajadores no tenían ni el tiempo ni los estudios preparatorios suficientes para comprender, de buenas a primeras, las modernas ideas del anarquismo.

Para esto estaban, los anarquistas españoles, para irlas introduciendo paulatinamente, aun pudiéndose encontrar la oposición inicial de los obreros: ideas que iban mucho más allá de las reivindicaciones materiales. Si se hubieran limitado a estas, no hubieran tenido la concepción integral de la revolución y el ser humano, que les atribuía como mérito Guy Debord en su Sociedad del Espectáculo. Algo que no tiene la demagogia populista y estalinista de los seguidores del Frente Obrero. Pero tampoco cierto elitismo revolucionario de la juventud alternativa de clase media.

                                                                                                                                                                            Alma apátrida 

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