I
Reconozco que la figura política
de Inés Arrimadas me causa fascinación. ¿Cómo puede ser que alguien que
pertenece a un partido furibundamente neoliberal y que proviene de una familia
de rancio abolengo franquista se erija en defensora de los “humillados,
expulsados, insultados e ignorados”, como le gusta decir a ella, de la sociedad
catalana? Su discurso del Debate de Política General del Parlament, de principios
de octubre, es un monumento a la paradoja política: Desahucios, listas de
espera sanitarias, enchufados, críticas veladas a Aznar comparándolo con Torra,
educación, plazas de residencia, guarderías… ¡e incluso pareció llegar a
criticar el sistema penitenciario como reproductor de la pobreza cual
revolucionaria anarquista! Desde luego si uno no tiene demasiada cultura
política, y esa es la situación de buena parte de la población obrera lamentablemente,
puede llegar a pensar que nos encontramos ante una ferviente izquierdista
luchando a capa y espada contra la burguesía procesista.
Hay que decir que este verbo
“incendiario” de la dirigente de “Ciutadans” en Catalunya no se corresponde en
absoluto al de sus homólogos del resto de España pues allí dirigen electoralmente
una opa hostil contra el Partido Popular mientras que aquí el principal
objetivo a batir son las fuerzas políticas de raigambre electoral obrera como
el PSC y, en menor medida, los Comunes, lógico en una sociedad de capitalismo
desarrollado, con una masa proletaria sujeta a la difusión de los valores de la
“cultura de masas” y que ha sido alienada ideológicamente respecto al rico
bagaje histórico de las luchas de su clase: proceso de aculturación al que han
contribuido históricamente, desde el timo de la Transición, las dos últimas formaciones
políticas mencionadas (o sus antecesores orgánicos) y que ahora lloran
lacónicamente ante las funestas consecuencias de su traición histórica.
Considero, por otra parte, que la
mayor parte de la izquierda no-identitaria, adjetivo que debería ser
innecesario, no ha prestado suficiente atención a este fenómeno contradictorio “arrimadista”
enfrascada en criticar, casi exclusivamente, a la derecha nacionalista
catalana. Lo más preocupante del asunto es que esta contradicción andante gana
terreno alimentándose de la paradoja que constituye las sociedades
democrático-capitalistas: se puede criticar todo siempre y cuando,
inmediatamente después, vuelvas al redil del sistema, por este motivo Arrimadas
constriñe su crítica pseudoincendiaria dentro del marco del “Estado de Derecho”
y la “Unión Europea” como si no fueran los espacios donde se legitiman e
implementan todas estas políticas que dice denunciar. Esta suerte de “crítica
del sistema que apuntala a su vez el sistema” es consustancial a los
populismos, que ella denuncia con fervor atribuyéndole dicho epíteto exclusivamente
a los independentistas, y particularmente al fascismo.
II
Cuando pienso en el “populismo” o
el “fascismo”, o incluso en el “populismo fascista”, me viene a la memoria un
ejemplo paradigmático de él en Latinoamérica: el peronismo argentino. De hecho,
el procesista Jordi Galves, columnista de “El Nacional”, definió Arrimadas como
la “nova Eva Perón dels pobres oprimits
de la Catalunya Espanyola”. Dentro de los análisis del peronismo existen
tres escuelas interpretativas: positivismo, marxismo y constructivismo;
representadas por autores como Gino Germani, Murmis y Portantiero y Ernesto
Laclau respectivamente y que explican la aparición de este fenómeno político
como consecuencia de la emigración campo-ciudad, con la llegada a los centros
urbanos de una clase trabajadora sin tradición sindical y apegada
tradicionalmente a formas políticas caudillistas, como resultado de la
desarticulación del movimiento sindical que posibilitó la aparición de un
liderazgo alternativo paternalista surgido del Estado o como producto de la
constitución de un movimiento interclasista que es populista, precisamente,
porque impugna el “status quo” anterior.
Y de la misma manera que
considero que las tres explicaciones son complementarias para explicar el
peronismo, pienso que también lo son, en gran medida, para analizar el
“arrimadismo”: muchos de los hijos y nietos de la emigración que se produjo a
Cataluña durante el franquismo, víctimas del caciquismo de los “señoritos” y de
la explotación de la burguesía, han virado sus apoyos a “Ciutadans” ante la
desarticulación de las reivindicaciones obreras, y su conciencia de clase
consecuente, que vienen patrocinando las burocracias sindicales de CC.OO y UGT
desde la firma de los nefastos “Pactos de la Moncloa”: así aparece un
movimiento populista-fascista que pretende impugnar el “status quo” corrupto
pujolista y su mito del “oasis catalán”. Evidentemente, no se trata de una
impugnación del sistema capitalista sino solo de una de sus varias formas de
dominación sustituyendo la dialéctica izquierda-derecha por la tramposa de
pueblo-oligarquía donde frente a la élite procesista cabe un “totum revolutum”
de explotados y explotadores con el único punto en común de no ser independentistas.
Así no es de extrañar que “Ciutadans” triunfe tanto en Pedralbes como en Nou
Barris, pues quien tiene el poder económico, pero no el político, tiende la
mano hipócritamente al que no tiene ninguno de los dos, a fin de que le ayude a
conseguir el segundo.
III
Aun así la comparación de Arrimadas con Evita no la veo acertada del todo por cuanto el período de la segunda corresponde a la fase corporativo-fascista del peronismo y la primera pertenece a una formación política que hace bandera del libre mercado. Una versión más neoliberal de Evita la tenemos en la última fase del gobierno de María Estela de Perón (Isabelita), con la fracasada política monetarista del Ministro Alfredo Gómez Morales, que se ofreció políticamente al capitalismo mundial en el contexto de la Guerra Fría, si bien implementó algunas medidas estatalizadoras y sociales para fidelizar a sus bases, receptivas a la tradicional demagogia peronista. Isabelita tenia a la Triple A como estructura paramilitar fascista para luchar contra las corrientes izquierdistas del peronismo (Montoneros) y en una versión “light”, y ante la inexistencia de un desprendimiento por la izquierda en su formación, Arrimadas hace la vista gorda ante la actuación de los Grupos de Defensa y Resistencia (GDR) que se pasean armados y con el rostro cubierto por las calles de algunas localidades de Catalunya.
Unas estructuras que, si bien hoy
se utilizan como fuerzas de choque dentro de un conflicto interburgués, nada
nos asegura que no puedan ampliar su accionar al conjunto del anticapitalismo
revolucionario si la situación les es propicia.
Alma
apátrida
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